Visita del Nuncio Apostólico a Casa de María

20140331_125034

«Para el cristiano, el retiro espiritual es un momento fuerte de vida. Nos apartamos del mundo, de nuestras preocupaciones cotidianas, del ruido de la calle, del sonido del celular y de las tantas distracciones que nos brindan la televisión y los medios», comenzó diciendo Monseñor Emil Paul Tscherrig, Nuncio Apostólico en la Argentina, en la homilía del pasado 31 de marzo en Casa de María. Invitado por Inés Ordoñez de Lanús, Monseñor Tscherrig, compartió la última jornada del Retiro del SEA de Oración Contemplativa y celebró la misa de cierre junto a las 70 personas que participaron del retiro. 

Compartimos el texto completo de su homilía.

Estimada Inés, queridos  amigos:

Estoy contento de poder encontrarme con ustedes que finalizan su retiro espiritual. Los saludo cordialmente en el nombre del papa Francisco, que nos recuerda en su oración y nos pide rezar también por él y su misión apostólica.

Para el cristiano, el retiro espiritual es un momento fuerte de vida. Nos apartamos del mundo, de nuestras preocupaciones cotidianas, del ruido de la calle, del sonido del celular y de las tantas distracciones que nos brindan la televisión y los medios. Como el soldado y el atleta ustedes se preparan para el encuentro con Cristo. Como ellos, ustedes se imponen una disciplina férrea que habilita el cuerpo y la mente a concentrarse sobre el Señor que los espera y los invita en su intimidad.

Los padres de la Iglesia a menudo han parangonado la vida del cristiano a la de un soldado que se ejercita continuamente para estar listo en el día de la batalla. San Pablo deja todo para conocer a Cristo y conocer “el poder de su resurrección” (Flp 3,10). El sabe que aun no ha llegado a esa meta, pero olvidando el camino recorrido, se “lanza hacia adelante” y corre “en la dirección de la meta, para alcanzar el premio del llamado celestial que Dios (le) ha hecho en Cristo Jesús” (Flp 3, 13-14). También nosotros buscamos el encuentro con Cristo resucitado y la herencia “del llamado celestial”. Jesús quiere que su cercanía experimentada en los retiros espirituales se trasforme en un diálogo permanente que nos acompaña a través de todas las situaciones de la vida, sea en los momentos de alegría como en aquellos de prueba y de aflicción.

Al funcionario real que encontramos en el evangelio de hoy, Jesús pide propio esa fe y confianza que es capaz de poner todo, vida y muerte, en las manos de Dios. Esta fe es la base de nuestra oración y la condición para que sea escuchada. Pero para ver la realización de los que pedimos y esperamos debemos ponernos en camino.  Jesús responde al funcionario: “Vuelve a tu casa, tu hijo vive”. Y Juan comenta: “El hombre creyó en la palabra… y se puso en camino” (Jn 4; 43-54). Solamente caminando encontraba a los mensajeros que le anuncian el cumplimiento de su oración, es decir que su hijo estaba vivo. También Abraham inicio su camino sin conocer la distinción. Pero caminando ganó intimidad con Dios y una profunda confianza en sus vías que no lo hizo vacilar ni siquiera cuando el Señor le pidió la vida de su hijo. Jesús, durante su vida terrenal, estaba caminado con sus discípulos, evangelizándolos y preparándolos a su muerte en Jerusalén y al milagro de la resurrección con la cual reveló a sus amigos el verdadero horizonte de la vocación humana, es decir la vida eterna que es comunión con la Santísima Trinidad. En el apéndice del Evangelio de Juan, Cristo resucitado dialoga con Pedro y concluye invitándolo dos veces: “Tu Sígueme” (Jn 21, 19-22). Por eso quien se pone en camino para seguir al Señor resucitado no puede ver más que sus espaldas. Pero cuando lleguemos a la meta de nuestro peregrinaje, el Señor dará media vuelta y nos mostrará su rostro.

Es claro que no somos perfectos pero caminando estamos llamados a crecer como personas y como evangelizadores. En esta tarea nos asiste el Espíritu de Dios. Nuestras imperfecciones no deben desalentarnos o ser una excusa para dispensarnos del anuncio del evangelio. Al contrario, escribe el Papa, “la misión es un estímulo constante para no quedarse en la mediocridad y para seguir creciendo” (121). O como dice San Pablo: “No es que lo tenga ya conseguido o que ya sea perfecto, sino que continúo mi carrera [….] y me lanzo a lo que está delante” ( Flp 3, 12-13).

Es Isaías en su visión que nos indica lo que está delante hablando del nuevo mundo y de la nueva humanidad ( Is 65, 17-21). Él anuncia la  transformación del mundo conocido en una nueva creación que culminará en un nuevo pueblo que habitará gozoso en la nueva Jerusalén. Dios mismo se alegrará por su pueblo y por su felicidad porque nunca más se escucharán en ella ni llantos ni alaridos. La muerte precoz de niños no se repetirá más y la gente construirá casas y las habitará, cultivará viñas y comerá sus frutos. Reinará la paz!

El profeta  no anuncia el fin del mundo o su destrucción, sino una nueva creación como acción de Dios. El nuevo mundo que Dios nos promete es el reino del Padre, cuya puerta nos ha sido abierta por la muerte y resurrección de Cristo. Quien cree en Él Ahora y aquí, ya camina en la vida eterna. Quien vive en Cristo, ya se encuentra en el espacio de la eternidad y de la verdadera  vida que ni muerte ni gusano podrán corromper.

Pero ¿cómo podríamos imaginar la vida eterna?- El papa Benedicto XVI, en su encíclica sobre la esperanza cristiana, responde que desconocemos esa realidad porque ella está fuera de la experiencia humana y de la temporalidad. Pero él agrega que quizás podemos pensar la vida eterna “como el momento pleno de satisfacción, en la cual la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad. Sería el momento de sumergirse en el océano del amor infinito, en el cual el tiempo -el antes y después – ya no existe. Podemos únicamente tratar de pensar que este  momento  es la vida en  sentido pleno, sumergirse siempre de nuevo en la inmensidad del ser, a la vez que estamos desbordados simplemente por la alegría”. Y el concluye: “En el Evangelio de Juan, Jesús lo expresa así: Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría (Jn 16,22)” [Spe Salvi, 12].

Alegría es por lo tanto la consecuencia de nuestro caminar con Dios y fruto de nuestra fe. Se trata de una alegría que forma, desde ahora, parte integrante de nuestra vida, porque Cristo está vivo, y nosotros vivimos en Él. Y es propia esta alegría que el papa Francisco quiere despertar en nuestros corazones.  Esta alegría brota del encuentro con Cristo que ofrece a los que dejan salvar la libertad. Dice Francisco “del pecado, de la tristeza, del vacio interior, del aislamiento” (EG,1).

Pero este encuentro con Cristo produce también  una fuerza explosiva que nos empuja a comunicar a todo el mundo el gozo de esta experiencia de amor. Es la experiencia del novio que no puede  contener su alegría y que grita: “He encontrado mi amor; no estoy más solo, hay finalmente alguien que se toma todo el tiempo del mundo y toda la eternidad para amarme”. Este amor es el motor de la evangelización. Quien ha encontrado a Cristo es enviado como mensajero de la Buena Noticia que se puede resumir: ¡Dios te ama! ¡Alégrate porque has encontrado la vida, has vencido a la muerte, vivirás por siempre!

Queridos amigos, en la homilía con ocasión de la “Jornada de los catequistas” en Año de la Fe, el Papa preguntó: -¿Quién es el catequista?. Y él mismo respondió: -Es el que custodia y alimenta la memoria de Dios; la custodia en sí mismo y sabe despertar en los demás. Y Francisco exclamó: -Qué hermoso es esto: hacer la memoria de Dios, como la Virgen María que , ante la obra maravillosa de Dios en su vida, no piensa en el honor, el prestigio, la riqueza, no se cierra en sí misma ( homilía, 29.09.13). Y el Papa ha concluido: “El catequista…. Es un cristiano que lleva consigo la memoria de Dios, se deja guiar por la memoria de Dios en toda su vida, y la sabe despertar en el  corazón de los otros”.

Queridos amigos, precisamente es ésta la misión que nos ha confiado la iglesia. Hacer memoria de Dios en un mundo siempre más secularizado, donde tal vez ya el hablar de Dios o la mención de su nombre crea disgusto.

Dejarnos guiar por esta memoria que culmina en la eucaristía, donde Cristo nos invita: “Hagan esto en memoria mía”. Toda la Sagrada Escritura habla de esta memoria de un Dios que nos ama tanto que quiere permanecer con  nosotros hasta el fin del tiempo, no obstante nuestras faltas y pecados.

Por lo tanto, es mi oración que caminen con aliento atrás del Señor y que su vida se transforme en una memoria de Dios en medio de nosotros. Que sean testigos de que con la resurrección de Cristo, Señor nuestro, la transformación del mundo está moviéndose irresistiblemente hacia su cumplimiento en Cristo , que transformará nuestro cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso, con el poder que tiene para poner todas las cosas bajo su dominio” (Flp 3,21). ¡Así Sea! Amén.