-Es una metodología que nos ayuda, cuando llega la noche, a mirar todo nuestro día en presencia de Jesús.
-Es un hábito de oración saludable para una vida plena.
-Es un camino sencillo que sostiene nuestra decisión de amar a lo largo de todo el día.
Es muy bueno acostumbrarnos a terminar cada día haciendo la higiene del corazón, que es una forma de orar nuestro día, mirando cada una de las cosas que hicimos y descubriendo en lo cotidiano el resplandor de la eternidad. Todo lo que nos pasa en la vida es contenido para la oración.
La higiene del corazón, paso a paso
Hago la señal de la cruz y comienzo mi oración rezando el Padrenuestro. En presencia del Señor miro mi día desde que me levanté hasta ese momento. Repaso todo lo que hice, los lugares en los que estuve, recordando a cada una de las personas con quienes me encontré a lo largo del día.
Hago una respiración profunda y trato de recordar cómo me sentí al levantarme.
¿Cuál fue mi primer pensamiento?
¿Cuál fue mi primer sentimiento?
¿Cuál fue la sensación corporal con la que amanecí? ¿Puede descansar bien?
Vuelvo a hacer una respiración profunda, y voy recorriendo cada uno de los lugares en los que estuve a lo largo del día.
¿Cómo me sentí en cada uno: a gusto, a disgusto, agredido, recibido, contento, molesto, etc.?
¿Pude ser yo mismo en todo lugar?
¿Cuál fue mi actitud en estos lugares? ¿Cuál fue mi aporte?
¿Hay algo de lo hice o dije de lo que me arrepienta o tenga que pedir perdón?
Respiro profundamente y voy recordando cada una de las cosas que hice a lo largo del día: mis tareas cotidianas, trabajos y actividades.
¿Cómo fue mi actitud interior al realizarlas?
¿Qué pensamientos, palabras, gestos, sensaciones y emociones me acompañaron en mi trabajo del día?
¿Qué fue lo más lindo que hice, lo que más me gustó, lo que más disfruté?
¿Qué fue lo que hice muy bien?
¿Hubo algo que hice mal o que dejé de hacer por pereza? ¿Qué hubiera podido hacer con más amor y dedicación?
Respiro profundamente. Recuerdo a cada una de las persona con las que me encontré a lo largo del día.
¿Qué es lo más lindo que viví en mis encuentros con los demás? ¿Qué es lo más gozoso de ese encuentro, que sigue resonando en mi corazón al terminar este día?
¿Qué fue lo que más me costó? ¿Con quién me resultó difícil estar?
Trato de darme cuenta las emociones que viví a lo largo del día con respecto a las personas; las que pude expresar y las que no, positivas y negativas. Revivo los encuentros que las produjeron y desahogo mi corazón en el Señor animándome a expresar lo que sentí y quizás no supe o no pude manifestar.
¿Hay alguien a quien le tenga que pedir perdón por mi actitud a lo largo de este día?
¿Hay alguien a quien tenga que perdonar?
Respiro profundamente.
Tomo conciencia de mis pensamientos, palabras, emociones, sensaciones corporales y actos confrontándolos con la luz del Amor: ¿de qué manera me ayudaron a crecer en mi propia identidad? ¿De qué manera me hicieron presente a mi mismo, a los demás y a cada cosa que fui viviendo? ¿Cómo los pude traducir en actos y gestos concretos de amor?
Vuelvo a respirar profundamente y me pregunto: ¿Cómo está mi corazón al terminar este día? ¿Qué le quiero decir al Señor? ¿Por qué quiero darle gracias, bendecirlo, alabarlo? ¿Qué le quiero pedir para el día de mañana?
Me confío en los brazos maternales de María. Rezo un Ave María, hago la señal de la cruz y me dispongo a dormir en paz, dejando que mi corazón, siempre en vela, siga repitiendo al compás de sus latidos el Nombre del Señor.
Extraído del libro No te importa que nos hundamos – Inés Ordoñez de Lanús, Ed. Camino al Corazón
Ver también:
La higiene del corazón para niños
La higiene del corazón para jóvenes