Por octavo año consecutivo, la Misión Familiar convocó a padres y chicos a vivir una Semana Santa distinta: misionando, en primer lugar, el propio corazón, y el corazón de tantas familias.
Llegamos a la misión convencidos de que iba a ser una Pascua diferente pero sin saber mucho lo que íbamos a vivir. Tenemos cuatro hijos chiquitos, entre 1 y 8 años, que no sabíamos cómo iban a estar. A medida que fueron pasando los días, Dios fue entrando en nuestro corazón como agua de lluvia en tierra seca, nos fue llenando de su amor y nos fuimos relajando, confiando, dejando sorprender.
Fue increíble ver a los chicos absorber por la piel esta vivencia tan fuerte de amor y comunidad. Caminar el barrio con la Virgen al frente, todos atrás, cochecitos, guitarras, tambores, canciones y encuentros. La alegría de Jesús Resucitado fue creciendo en nuestro corazón sin que nos diéramos cuenta. La experiencia de sabernos hermanos entre nosotros, todos caminando en el mismo sentido, cada uno en su etapa, con sus heridas, con su historia, fue reflejo de lo que es la VIDA. Cuánto por aprender!!!
Estamos muy agradecidos de haber podido vivir estos días tan especiales, días que nos transformaron para siempre en Familia Misionera!