
Llegando al final del año, Chloe y Fernando se despiden de la misión en Costa de Marfil y comparten su testimonio de esta experiencia profunda.
Cecilia, que continúa su misión durante el 2021, también nos comparte lo vivido. ¡Gracias, queridos misioneros, por su entrega y amor!
Para esta hora nací…
Hace tres años llegué a Grand Morié, aldea de Costa de Marfil, a esta bendita tierra de misión, donde Jesús quiere que nuestro carisma SEA sembrado. Sola, con la oración contemplativa, la dinámica de los corazones y ligera de equipaje, emprendí este viaje. Claro que en la valija, traía todo el amor y el compromiso de nuestra comunidad, mi familia, amigos y de mi acompañante espiritual! Aquí fui recibida por monseñor Alexis Youlo Tuoabli, el padre Eduardo Armándola (con quien viví en comunidad los primeros 2 años) y por los abey.
Hace un año, el Señor nos completó y bendijo como comunidad Aachi Lowo (Santa Trinidad) con la llegada de Fer y Chloé. Guauuu, cuánta abundancia y generosidad!
A lo largo de estos 3 años, la misión ha sido intensa, una gran Escuela de Vida, donde fui instruida y confirmada por Dios, día tras día, en mi vocación y amor por este estilo de vida misionera y ad gentes. He crecido, madurado, aprendido muchas cosas personal y comunitariamente. Agradezco profundamente este regalo en mi vida hoy, así como fue y es. Claro que también hubieron momentos difíciles, desafiantes, de mucha purificación y sanación.
Mirando el camino recorrido puedo decir a viva voz: Soy muy plena y feliz! GRACIAS!! Gracias Jesús! Gracias querida comunidad del Sea! Gracias familia y amigos tan queridos!
Hay una canción hermosa que describe, en su letra, mi corazón:
…» Fueron muchos días de tanto dudar y al final llegué a entender que, para este tiempo he llegado, para esta hora nací. En su propósitos eternos, yo me vi»…
Dios, con su amor, fue desplegándome como misionera!! De Jesús y del SEA. En este tiempo de gracia, también la vida me invitó al despojo, a la entrega y al abandono. Cuando entramos en el tiempo de discernimiento de la misión, surgieron en mí muchas preguntas: ¿Estoy lista para entregar mi hijo amado (la misión regalada)? ¿Confío en el Dios de la Vida que me confirma en esta vocación? ¿Qué pasa si se cierra este destino? ¿Qué pasará con mi vida? ¿Habrá otro destino misionero? ¿Estoy dispuesta a dejarlo todo nuevamente? ¿Puedo soltar este proyecto, los amigos, los vínculos creados aquí? ¿Confío en tu providencia? ¿Creo en tus promesas para mi vida?
Fueron momentos donde afloraron algunas heridas viejas: sentí que podían ser arrebatados mis tesoros y seguridades. Experimenté resistencias, tuve miedos, dudas. Fueron tiempos de espera silenciosa…
Debí abrirme a los signos que la vida nos presentara, estando despierta para reconocerlos, recibirlos y aceptarlos. Atravesé este tiempo siendo acompañada y sostenida por la pequeña comunidad y mi querida Vivi. También con mucho silencio, interioridad, escucha y oración…
Y fue cuando me quedé solo con mi alma y el Señor, que pude entregarle mi corazón y recibir la gracia de confiar en Él, abrirme a su sorpresa, a la fuerza de la Vida abriéndose paso, fuera cual fuera el advenir.
Todo está y estará bien porque estoy en Él, con Él y por Él. Esa es mi certeza y garantía. Luego, los signos aparecieron: tanto económicos, como humanos y materiales. Hoy, una vez más y un poquito más crecida e instruida, en mi corazón elijo seguirte donde quieras que vaya, para que, en mí y en todos, SEA tu voluntad!!
Con amor, Ceci Noriega

¡Que sea en mí, Señor!
Si tuviera que elegir una palabra para resumir mi aprendizaje en Costa de Marfil sería HUMILDAD. Una vez, en un retiro, un animador dijo: “Tengan cuidado con lo que piden al Señor, porque Él lo cumple”. Nos contó haber pedido más humildad. Dios se la consiguió, pero fue un camino bastante arduo. En ese entonces, yo también pedí humildad y creo que este pedido se concretizó ahora, en África. Debo confesar que no fue un camino fácil, me enfrenté con muchísimos límites (tanto a nivel físico como psíquico, emocional y espiritual), atravesé momentos de incertidumbres, de crisis, de dolor, pero siento que todo lo vivido me hizo crecer, me transformó. De hecho, suelo decir de esta experiencia (un poco para bromear, pero también porque es cierto) que fue el retiro espiritual más largo de toda mi vida (un poco más de 10 meses). Realmente, adentrarme a una cultura tan distinta, me provocó en mi ser más profundo, reveló partes de mi persona que necesitaban ser atendidas. Estar y permanecer acá, en el aquí y ahora, fue para mí una gran lección de humildad.
Lo primero que aprendí de la humildad es a agradecer (y ser agradecida), es decir, aprender a valorar la vida, las personas, valorarme a mí mismo. Valorar, a su vez, es recibir, abrazar, integrar y contemplar. Estoy aprendiendo poco a poco a percibir y vivir la vida como un regalo, como algo que no viene de mí, sino que viene de Dios, algo que se me da de forma totalmente gratuita, sin que lo merezca y sin esperar nada a cambio, algo que puedo aceptar o rechazar, aprovechar o dejar de lado pero que siempre está ahí, esperándome. Vivir la vida como un regalo es también disfrutar de las pequeñas alegrías de cada día, percibir lo bello en cada persona, cada momento, animarme a ser feliz. Digo animarme porque, para mí, la felicidad más que un estado de ánimo es una manera de vivir, una decisión.
Para poder valorar y agradecer se necesita aceptación. Durante toda mi vida (o por lo menos buena parte de ella) me sentí zapo de otro pozo. Acá, esa sensación se acentuó todavía más. Llegué con la pretensión de zambullirme en la cultura local. Tenía mucha necesidad de integrarme, de sentirme integrada, sentirme parte. Eso no sucedió (o por lo menos no de forma plena, o no dela modo que yo lo esperaba) y eso me generó muchísimas frustraciones y malestar. A menos de un mes de mi regreso, sigo siendo extranjera y Dios me muestra que está bien que así sea, que no es necesario integrarse o encajar para poder ser. Ser uno mismo no depende de la aceptación de los demás sino de mi propia aceptación; y para poder vislumbrarlo y procesarlo, Dios me regala su aceptación a través de su Amor incondicional. Dios me acepta tal cual soy y me invita a hacer lo mismo, a animarme a ser quien soy y no ser como el camaleón, que se adapta hasta físicamente (cambiando de color) a su medio ambiente. Eso implica aceptar ser “Don nadie”, es decir que nadie me busque o me pida ayuda, no sentirme necesitada, también animarme a ser rechazada, a no agradar al otro.
Dios me invita a recibirme, a abrazarme, a amarme tal cual soy. Dios se vale de cada uno tal cual es, con sus virtudes y defectos. Acá, muchas veces, me encontré con formas de vivir y transmitir la fe muy diferentes a las mías. Estas formas me provocaron hasta poner en crisis mi fe. Pero ahí también estaba la voz de Dios y una voz muy clara. Dios me dijo: “Dejame hacer mi trabajo, yo sé lo que hago.” En efecto, Dios se vale de nuestras formas imperfectas de vivir la fe y se hace presente en cada persona. Por más que yo no lo entienda o no lo comparta, Él siempre encuentra la manera de llegar a los corazones. En resumido, la invitación es a dejar que Dios sea Dios, de la forma que Él quiera, en mí y en los demás. ¡Señor, que SEA!
Dejar que Dios sea Dios implica poner toda mi confianza en Él. Es uno de los aspectos de la humildad que más me impactó del compartir con las personas acá. Los marfileños (o por lo menos los marfileños de nuestra región) no sólo confían plenamente en Dios, sino que lo esperan todo de Dios. Ellos experimentan a diario la necesidad de Dios, cada día es un ponerse en mano de Dios y que se haga su voluntad. Ellos hacen carne la oración del Padre Nuestro. Para ellos, todo depende de Dios: el pan de cada día, el perdón, la salud como la enfermedad, hasta la muerte se acepta como voluntad de Dios. Yo siento que tengo tanto para aprender de su humildad. Quiero poder entregar mi vida de forma incondicional a Dios. Por más que yo no vea, no entienda, Él sabe lo que hace y todo lo que hace es para mi bien. Esta entrega implica entregarle mi pasado, mi presente y mi futuro. Confiar mi pasado a Dios significa agradecer, sanar y aprender. Entregarle mi presente implica ser más dócil a su Espíritu, ser instrumento suyo. Ofrecerle mi futuro es confiar en su Providencia, Él siempre provee, regala. Y en esa entrega, Dios me llama a tomar consciencia de Su Presencia en mí, aquí y ahora. Él siempre está conmigo y no sólo está, sino que Es, realmente ES parte de mi ser. ¡Que seas en mí, Señor!
Gracias Señor por invitarme a la misión en Costa de Marfil, gracias por animarme a decir SI. Estoy convencida que Vos quisiste que vivas este tiempo de misión. Realmente siento que todos estos aprendizajes son una Gracia tuya. Vos estás obrando en mi corazón. Y si bien estos aprendizajes implicaron mucho sufrimiento, quiero renovar mi SI hoy, aquí y ahora.
También quiero agradecer a toda la comunidad del SEA que nos envió como hijos suyos a vivir y sembrar el carisma del amor y de la fraternidad. Gracias por confiar en nosotros, gracias por sostenernos, gracias por acompañarnos. Todos somos misioneros, todos somos misión.
Por último, quiero dar las gracias a Cecilia Noriega por recibirnos con Fernando, por la riqueza de aprender a vivir y ser comunidad, por todo lo compartido, lo vivido, lo transitado; a Fernando por ser compañero de camino, por acompañarme en las alegrías como en las dificultades o tristezas; al Padre Eduardo por recibirnos en su parroquia y por hacer comunidad con nosotros; a Aubin (el nuevo vicario marfileño de la parroquia) por considerarnos no solamente como comunidad sino como familia. Acá empiezo a dimensionar y experimentar que, de algún modo, todos formamos una gran familia, no solamente como hijos de Dios, sino como hermanos en el Amor. ¡GRACIAS, GRACIAS Y GRACIAS! ¡Que Dios les bendiga!
Chloé

“Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos” (Mt. 5, 3)
A lo largo de estos 10 meses de Misión en Costa de Marfil, dentro de la etnia Abey, he aprendido y aprehendido muchísimo de Ellos y su cultura. Asimismo, a partir de su cultura me he conocido a Mí Mismo de otra manera, esto es, he conocido aspectos de Mí que ignoraba por completo. No sé si sería capaz de recordar todos los bienes que me aportaron hombres y mujeres, pero quiero visibilizar dos que me marcarán por el resto de mi Vida (o al menos eso es lo que creo firmemente) y que pienso que vienen de DES (DIOS ESPÍRITU SANTO). El primero es que, en general, los Abey tienen Alma de Pobres, ellos encarnan clara y fuertemente este gran mandamiento del Nuevo Testamento enseñado por nuestro DIOS JESÚS. Tal vez podría decir que son humildes, y de hecho, así denominaba a este rasgo cultural y espiritual al principio de nuestra experiencia misionera. Pero en este último tiempo, creo que es más específico y concreto denominarlo “Espíritu de Pobre”. ¿Por qué? Porque una persona, una comunidad y su cultura, un grupo, que tiene Alma de pobre significa que lo esperan todo de DIOS. En este sentido, pienso que la Humildad es algo un poco más amplio que este fenómeno cultural y espiritual. Por cierto, considero que, en general, los Abey son también humildes. Pero lo que a Mí más me impactó y en donde creo que DES se me expresó es en su espíritu de pobre. Experimento que DIOS me habla en este aspecto.
Una segunda riqueza que DIOS me ha contribuido a través de los Abey es su racionalidad o profundo sentido mágico-religioso-sobrenatural. Ello se concreta claramente en la combinación festiva, alegre, solemne y sagrada de la Liturgia (al menos de la región de la que provengo no es así); en sus vestimentas y gestos sacros y festivos a la vez; pero sobre todo, en su forma de pensar y concebir la realidad (por ejemplo, tienen la siguiente expresión que es toda una invitación a adentrarse al misterio de la vida: “los africanos nos morimos todos los días, pero no siempre se sabe el por qué”, indicando que una persona puede morir tanto por razones naturales como sobrenaturales); asimismo, tienen una conciencia clara y firme que la vida le pertenece a DIOS (sea éste JESÚS, Alá, o algún Dios de la naturaleza propio del animismo) y no a ellos; son sumamente supersticiosos; creen profundamente que DIOS obra milagros e interviene directamente (de modo sobrenatural) en sus vidas (por ejemplo, en la curación de enfermedades graves). Así pues, los Abey justifican con la intervención de DIOS los diferentes fenómenos de la realidad, y no en la experiencia y la empiria. Verdaderamente, Ellos confían sus vidas a DIOS, sabiendo que es ÉL quien dispone de la Vida, quien da y quita la Vida, más allá de los esfuerzos humanos. Ellos encarnan y/o viven lo sobrenatural. Para Ellos, lo natural y sobrenatural son dos elementos de la realidad complementarios, no se contradicen entre sí, se integran. Yo simplemente lo sé, pero no lo vivo y, en general, tengo más confianza en el esfuerzo humano que en el Divino debido a que al primero lo puedo percibir con mis cinco sentidos.
¡Mi Fe es meramente secular! Me doy cuenta a partir de los marfileños que mi Fe es muy racional, material e incluso espiritual, pero no sobrenatural. Y ello en el sentido de que me cuesta sobremanera creer en los milagros, en que DIOS obra en la historia, en que es el SEÑOR de la Historia, en ciertas manifestaciones sobrenaturales como curar a través de las manos. Mi Fe es cerebral y cardíaca. Creo porque es razonable y conveniente creer (por ejemplo, nos da salud mental, da sentido a la Vida, a lo absurdo, a las injusticias, al sufrimiento, a la muerte, por ejemplo). Incluso mi Fe se basa en el Amor, esto es, creo porque estoy enamorado de DIOS, porque amo con pasión sus enseñanzas (aspecto cardíaco de la misma). Pero mi Fe no se basa en lo sobrenatural. Esto se debe, en gran medida, a que soy un hombre posmoderno, y como tal, mi racionalidad o pensamiento es científico-material-secular. Y en mí, esto es particularmente intenso porque, por un lado, tengo una fuerte experiencia universitaria, y por otro, porque experimento pasión por las ciencias sociales y la filosofía. Pertenezco a la sociedad occidental y moderna y ella se caracteriza, entre otras cosas, por esa tendencia a justificar todas nuestras prácticas, percepciones emocionales y corporales, nuestros decires, y pensamientos por medio del relato científico-secular-material. Aquí, en Costa de Marfil, ese discurso o relato de la realidad no es hegemónico o dominante, ni es tan importante, si bien está presente.
Como antes dije, aquí predomina el discurso mágico-religioso-sobrenatural, y por medio de él, cariñosamente DIOS me invita a cultivar el sentido sobrenatural de la realidad y la Vida. Esta es una primera Conversión a la que ÉL me llama. Una segunda Conversión, la cual está en íntima sintonía con la primera, es cultivar y ejercitar el Espíritu o Alma de Pobre que tanto me impactó y sorprendió de los Abey. En efecto, esperarlo todo de DIOS es casi una exhortación explícita a tener Fe en lo sobrenatural. Tomo conciencia de mi pobreza, es decir, de mis limitaciones, de mi finitud humana, de mis miserias, de que no soy todopoderoso, de mis debilidades, de que no tengo todo lo que deseo por más que me esfuerce, de que no soy el dueño de mi Vida y tampoco tengo absoluto control sobre Ella, y por tanto, que debo aceptar mi realidad (¡A no confundir con resignación!), la cual se me impone. Tomo conciencia de todo ello y de seguro esperaré el milagro. Los Abey tienen plena conciencia de su pobreza, mientras que Yo tiendo a olvidarla con facilidad, debido a una gran riqueza que creo poseer: el conocimiento y el saber. Pero también la olvido con facilidad porque pertenezco a una sociedad que tiene sus necesidades básicas satisfechas de manera considerable y contundente, plagada de distracciones y ruidos (celular, internet, redes sociales, entretenimientos televisivos, trabajo, la industria cultural y recreativa [deportes, actividades artísticas], el consumismo y la alienación al tener). Así, creo que no tengo Alma de pobre (no lo espero todo de DIOS) porque, por un lado, creo que el saber me solucionará los problemas, me salvará de algún modo, depositando mi Fe más en la pseudo diosa Razón y en el esfuerzo humano que en el DIOS de la Vida, el DIOS que es Uno y Comunidad; y por otro lado, no vivo en la miseria o pobreza extrema. ¡Bendito seas DES por mis Hermanos Abey!
En este orden de ideas, quiero visibilizar que DIOS me invita a una tercera Conversión, la cual está en íntimo vínculo con las otras dos, a saber: la integración en mi propia Vida del pensamiento occidental y el marfileño, es decir, la dialéctica entre la racionalidad científica-material-secular, y la mágico-religiosa y sobrenatural. Sin duda, una primera forma de integración es la que mencioné anteriormente, esto es, cultivar el sentido de lo sobrenatural en mi vida, tener en cuenta lo sobrenatural en mi vida, considerar seriamente la actuación o intervención de DIOS en mi vida cotidiana. Pero sé muy bien dicha dialéctica no se limita a eso. De todos modos, sé muy bien que DES me mostrará el camino para profundizar esto. Después de todo, es ÉL QUIEN obra en Mí sus maravillas, quien me convierte, quien me redime de todas mis opresiones y/o ataduras.
Finalmente, quiero dar gracias a DIOS, a mi esposa Chloé, a toda la Comunidad del SEA (en especial a la filial Santa Fe), a los Abey y a Costa de Marfil, a Carlos Berón (mi Acompañante Espiritual), a mi hermana de Misión Cecilia Noriega, y a la comunidad parroquial Santo Tomás de Aquino de Grand Morié, por darme la posibilidad de realizar esta experiencia misionera. Me voy de Costa de Marfil sumamente agradecido y enriquecido espiritual y humanamente. ¡Gracias, gracias, gracias! ¡Muchas gracias!
Fernando