Por Inés Ordoñez de Lanús | Directora General

Querida comunidad, hoy celebramos el día de la Visitación.
Este acontecimiento de la vida de María, que contemplamos en el segundo misterio gozoso del Rosario, dio nombre a los grupos de oración contemplativa. ¿Por qué?
María va a visitar a su prima después de haber recibido el anuncio del ángel, y habiendo dado su consentimiento pronunciando la palabra con la que Dios creó el mundo: ¡Hágase!, ¡Que SEA!
¡Y esta misma Palabra se encarnó en su seno!

Y bastó que el ángel le dijera que su prima, de avanzada edad, se encontraba ya en su sexto mes, para que María, sin demora, partiera a su encuentro. Y es Isabel quien la confirma a María, y puede hacerlo porque Juan Bautista, en su seno, lo señala saltando de alegría.
En Nazareth, María acepta su misión; en Ain Karem, Isabel se la confirma gracias a que Juan Bautista está cumpliendo también con su misión: señalar al Mesías. Y a quien primero se lo señala es a su madre. La misión de Isabel será entonces confirmar a María. En este acontecimiento, cada quien cumple su misión. Es un acontecimiento sinfónico, musical, de extrema belleza, el Espíritu lo cubre todo y a todos. En la sencillez de un encuentro, en el umbral de una casa, en medio del trajín cotidiano, el Señor en su Providencia lo ha dispuesto todo.
María era una mujer de su pueblo, recién embarazada, y sabiendo que había concebido en forma milagrosa, sigue con su vida; la experiencia mística no la enajena, no la aísla. Se une a una caravana y camina junto a su pueblo.
Este caminar une los dos acontecimientos, Nazareth y Ain Karim. Nazareth es el tiempo del silencio, de la escucha y de la acogida; el tiempo de dejar que Dios nos revele nuestra misión en la intimidad del encuentro. Es el momento de nuestro consentimiento, de nuestra conformidad a la vida: ¡Hágase!, ¡Que SEA en mí tu voluntad!
Y después viene la vida cotidiana significada por el camino; la vida tal como se presenta. Y en cualquier momento, quizás inesperado, podremos reconocer cómo Dios nos confirma a través de un hermano, de un acontecimiento… de algo o de alguien. Siempre el Señor nos confirma en nuestra identidad y en nuestra misión. Identidad y misión se unen, porque el Amor nos da el ser, nos llama a la existencia, nos da un nombre y una misión para realizar esta vocación al amor.
Y es ahí donde se une la intimidad con Dios y la intimidad con el otro que surge del servicio amoroso, del abrazo. Porque voy a su encuentro, a “su casa”: y el otro me recibe y puede llamarme también por mi nombre. El mismo a quien sirvo me reconoce y me confirma en mi misión. ¡Que bella paradoja!
El que sirve y el que es servido se fusionan en un único acto de amor que permanece en el tiempo y en la eternidad.
Por eso nuestros grupos de oración contemplativa se llaman Magnificat, porque es el silencio que gesta este canto de alabanza, y el servicio el que lo da a luz alumbrando la identidad y enardeciendo la misión.
No hay oración sin servicio, la oración hace que el servicio nazca de las entrañas de Dios. Sin oración el servicio puede confundirnos, fundirnos en nuestro propio Yo, y es entonces cuando el servicio se vuelve referido a uno mismo: lo hago si me parece, si me viene bien, si siento que lo puedo hacer, etc… sin fijarme primero en la necesidad del otro. Es la necesidad del otro lo que nos pone al servicio sin demora. No me pregunto por mí… el otro me impele a trascenderme, el otro lo significa.
En este año que estamos profundizando en la tercera etapa del Camino al Corazón: Integrándonos; esta fiesta nos invita a preguntarnos acerca de cómo estamos integrando la oración al servicio y el servicio a la oración y cómo estamos viviendo el servicio en nuestros ámbitos.
En el Camino al Corazón la Oración contemplativa y el servicio así entendido son inseparables al voluntariado. ¿Cómo lo estamos viviendo?
Nuestra forma de acompañar nace de la oración contemplativa y se nutre de la escucha contemplativa. En el Acompañamiento vivimos en simultáneo Nazareth y Ain Karim. ¿Cómo estamos acompañando?
En el silencio de la oración aprendemos a escuchar; y en lo cotidiano lo ejercitamos escuchando a la vida y al hermano tal como se presentan, tal como son.
Renovemos entonces nuestra ‘determinada determinación’ por la oración en todas sus formas, volvamos a nuestros grupos de oración; profundicemos acerca de cómo estamos realizando nuestro servicio y cómo es nuestra disponibilidad para el voluntariado.
Y para terminar, rindamos nuestro homenaje a todas las personas que me acompañaron en los inicios de los grupos de oración Magnificat; muchas de ellas están con nosotros y son verdaderas maestras de oración.
¡Sueño con que todas las parroquias tengan un grupo de oración Magnificat! Y que sean muchos los que se animen a testimoniar cómo la oración les transformó la vida y se ofrezcan para dar las charlas de FE-VIDA-ORACION, que dieron origen a estos grupos en el año 1981.
Que María del SEA nos siga enseñando a caminar en sus huellas,
Todo mi amor
Inesea