La revista mensual ENTRECASA realizó una nota sobre el acompañamiento, que compartimos a continuación.
Espíritu amigo
Los acompañantes espirituales son personas que guían a la comunidad con una vocación no tan en boga por estos días: escuchar al otro.
Conectarse con el corazón esto parece ser una de las premisas básicas de aquellos que han encontrado un camino nuevo en su vida: ser acompañantes espirituales. “Llegue por una una amiga que me recomendó un artículo en un diario. Me había quedado sin trabajo y está pasando un buen momento. Luego tuve un cáncer de mama que por suerte agarré tiempo. Uno no se da cuenta, pero con la vida que llevamos, el cuerpo te da señales, como me pasó a mí. Creo que Jesús está en cada uno. Si vos haces el camino a tu corazón llegas a Jesús de una forma distinta más conectado” gráfica Adriana. Ella tiene 52 años y estudia para ser acompañante espiritual en el centro espiritualidad santa maría (CESM), una asociación privada de fieles con más de 40 años en Argentina.
Fundado y presidido por Inés Ordóñez de Lanús, el CESM forma hombres y mujeres profesionales quienes sienten la vocación futura -en forma ad honorem- de escuchar a otros y sobretodo ayudar a tratar de encontrarle sentido a su vidas. En estos 40 años el CESM se expandió a Córdoba, Tucumán y Santa Fe. En el exterior se encuentra en Chile, México, Uruguay, Estados Unidos España y el Salvador. Basado en la religión católica y reconocido por el Vaticano el centro hoy brinda acompañamiento a unas 1.300 personas y cuenta con más de 300 acompañantes.
Pero ¿cuál es la tarea específica de este acompañante? La originalidad radica en la capacidad de escucha y en la habilidad para vivir la espiritualidad como algo cotidiano. El acompañamiento espiritual se alimenta de la psicología como ciencia y también de la teología pero, dicen en el CESM, la psicología se ocupa de la salud mental y el acompañamiento espiritual de la salud espiritual.
Entender la vida entenderse a uno mismo, de la mano de otro persona que pregunta sin juzgar. Teresa Vedoya, una de las referentes este centro, explica: “No damos directivas de lo que debe hacer. Queremos que la persona que nos busca encuentre su propia identidad. Acompañamos dede todos los lugares, estamos preparados, estudiamos. Nos somos improvisados. Asistimos las tres patas: la espiritualidad, la psicológica, y la del cuerpo».
Las realidades en el Centro son de las mas variadas: enfermedades, familiares muertos, abusos, heridas. “Por qué a mi?. Esta fue la pregunta que se hizo Florencia Diaz hace unos años cuando perdió a un hijo. También es el nombre de la tesis que esta por rendir luego de cuatro años de cursada, acompañando a padres que, como ella, perdieron un hijo. “Terminé de cursar el año pasado. Lo hice porque sentía una gran necesidad de amasar y mantener viva mi espiritualidad. Las mamas que tenemos un hijo en el cielo necesitamos ver y tocar ese cordón que une el cielo con la tierra”, dice Florencia. En el centro son muchas las historias que marcan el pulso de las situaciones límites con las que se codean. Como Susana: ella tenía una hija de 12 años que un dia se fue a un viaje de estudios y falleció de golpe por un extraño virus. A los cuatro meses lo único que quería Susana era morirse. Fue recibida en el centro y Teresa Vedoya le dijo: “Veni, hace el curso. Hacelo como puedas, pero hacelo.” El proceso fue muy duro, le costó mucho pero, finalmente, lo termino y se recibió. “Tuvo el apoyo para hacer el duelo con el grupo que la fue conteniendo. Hoy se que paso por varias crisis personales pero que tiene las herramientas para ponerse en pie y seguir con la vida”, dice Teresa.
Pero los acompañantes no solo están para este tipo de situaciones, sino también para trabajar en lo que Teresa llama “heridas de amor”: “son las que nos pasaron cuando éramos chicos y que tal vez nos quedaron delegadas con el paso del tiempo. Cualquier persona lo puede pedir, no necesita que tener nada urgente, ni grave, ni que se le muer alguien necesariamente. Nosotros los acompañamos en la vida de todos los días, que ya es mucho».
Formación para el alma
Una vez por semana, Adriana asiste ocho horas a una clase en el CESM. Allí, además de estudiar la Biblia, lee textos de psicología y filosofía, como asi de teología y antropología filosófica, entre otras disciplinas. Al final de cada jornada, se da lo que se llama “compartidas”, una serie de charlas entre los alumnos. Existe una premisa aquí: escucharse sin interrumpir. “Hablas de lo que tengas ganas, del problema que estés teniendo, o de lo que te pasó en la semana. La idea es que pongas en palabras lo que sentís”, cuenta Adriana, quien se reserva la temática de las charlas. “Lo que se habla en las compartidas, queda en las compartidas”, agrega esta mujer que asiste a una clase donde van personas, en su mayoría, de entre 40 y 60 años.
Asi como en estas charlas la idea es poner en palabras lo que los alumnos sienten, también existen los retiros en donde el silencio es el principal protagonista. En Luján, el centro tiene una casa en la que realiza varios encuentros. Allí, los alumnos se dedican a orar conectándose con su interior y la naturaleza del lugar. “Es muy fuerte estar en el medio del campo, tenes otra percepción de la naturaleza. Al silenciar se te despiertan montón de cosas que tenes guardadas y que tal vez no registras”, cuenta Adriana.
Una vez que uno ya es acompañante, está en condiciones de tener una persona a quien “guiar”. Por lo general, los acompañantes espirituales tienen su charla una vez por mes en encuentros que duran una hora. “Aún no se si ejerceré, hay que tener mucha fuerza para escuchar la vida de los otros, a veces las historias son muy duras. De todas formas espero poder llegar a serlo” se sincera Adriana, a quien, le faltan dos años y medio para recibirse. “Tomar la decisión de acompañar es confiar en que Jesús esta. Yo me entrego como instrumento, rezo antes y después de acompañar y siento mucha paz aunque muchas veces el acompañado viene con su corazón desangrando. Yo se lo entrego y Jesús obra”, dice Marcela Moreno, una acompañante espiritual recibida hace ya siete años.
Una tarea milenaria
¿Cuándo debemos buscar el origen de esta noble tarea? El acompañante espiritual, dentro de lo que es la iglesia católica, surge de los primeros siglos post cristianismo, con la gente que quería ser fiel a su vocación cristiana. “Cuando terminaron las persecuciones a los cristianos en el año 300 después de Cristo, muchos comenzaron a conversar con distintos monjes que se encontraban en el desierto. Los cristianos empezaron a pensar como seguir a Jesús cuando ya no estaba en este mundo. Estos monjes que encontraron en el desierto el mejor lugar para dedicarse a la oración, empezaron a ser requeridos por los fieles. Desde ese momento tenemos una historia de 2 mil años de gente acompañando a otra gente en su búsqueda de ser un cristiano más coherente”, explica Marcela Mazzini, doctora en Teología de la Universidad Católica. “Necesariamente uno busca a otra persona, alguien que este mas adelantado en su preparación. En muchos casos se recurre a los sacerdotes. Pero el acompañante espiritual era y es laico, y eso lo hace más accesible. El acompañante busca esta coherencia en el lugar que esta, no solo es en la mica o con un rosario”, agrega la teóloga.
Mariela Mosqueira es socióloga, docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, becaria del CEIL-CONICET, y especialista en sociología de la religión. Sostiene que, en términos analíticos, en la figura del acompañante espiritual confluyen resemantizadas las figuras tradicionales del psicólogo y el sacerdote. “Para serlo se requiere por un lado la profesionalización que supone una formación extensa del tipo académico, en la que se transmiten conocimientos teóricos provenientes de la teología y de las ciencias humanas y, también, toda una serie de técnicas, como la oración contemplativa, el acompañamiento mediante diadas en las que se fusionan saberes psicológicos y disciplinas espirituales de raigambre católica”, dice Mosqueira.
En este sentido, el acompañamiento espiritual, para la socióloga, tiene algo de “terapia” y algo de “carisma”. “La práctica del acompañante espiritual actualiza en nuevos formatos la dirección espiritual del sacerdote, asi como también la orientación terapéutica del psicólogo. En este movimiento de hibridación, se reconfiguran y complejizan ambos roles pues, por un lado, se incorpora la dimensión espiritual a una disciplina que tradicionalmente no la considera, como es el caso de la psicología y por otro, pluraliza la función sacerdotal del pastoreo de almas, sumándole nuevos elementos y técnicas procedentes del saber científico como la medicina, la psicología y las humanidades, universalizándola al laicado”, explica Mosqueira.
En cuanto al hecho de ver al acompañamiento espiritual como una terapia, Mazzini tiene sus reparos. “Para empezar un acompañamiento espiritual, uno tiene que estar pasando sí o sí por una crisis. Tiene que ver con buscar crecer en la fe, la cual crece cuando te empezás a preguntar por Dios. ¿Cuándo sucede esto? Muchas veces cuando, por ejemplo, muere un familiar. En las crisis uno se empieza a hacer preguntas que antes no se hacía”, dice Mazzini.
El camino de la espiritualidad
No existe un momento determinado en la vida para empezar a ejercitar la espiritualidad. Pero por lo general en la madurez de la vida, después de los 40, quizás, a veces un poco antes. Lo cierto es que para muchos aparece como una forma de tomar conciencia de Dios. Desde hace varios años, el boom de la espiritualidad genera más adeptos en los sectores medios urbanos, los principales consumidores de este tipo de “terapia”. “Definitivamente, esta propuesta es equiparable a otras similares de amplio consumo en la clase media como el yoga, el reiki o las técnicas de respiración del arte de vivir”, dice Mosqueira.
El éxito de este servicio reside en que es una alternativa religiosa y terapéutica que logra dialogar con el estilo cultural característico de los sectores medios. “La eficacia de la fe o de la religión reside en su capacidad de colocar hechos cotidianos dentro de conceptos últimos. Tomando el caso de una aflicción, por ejemplo, podemos decir que los sistemas simbológicos religiosos permiten dotarla de un orden y un sentido último. Mediante la fe o la religión, la persona ‘atraviesa con sentido’, en muchos casos es significado vivido y como una sanación”, reflexiona Mosqueira. Para la socióloga existe una reconfiguración del concepto de persona que se está produciendo con énfasis en esos sectores desde la década de 1890: “Existe una reconfiguración del cuerpo de clase. En estas décadas estamos asistiendo al pasaje del modelo cartesiano de persona, donde mente, cuerpo y espíritu se consideraban unidades separadas; a un modelo holista de subjetividad , donde estas dimensiones están fusionadas e interconectadas . Este cambio, indudablemente modifica las formas de abordar las corporalidades, los sentimientos y los sufrimientos.”
De este modo, si ante de la dolencia se recurría al especialista adecuado (al psicólogo para curar la mente, al médico para curar el cuerpo, y al sacerdote para curar el espíritu), ahora hay otro modo de comprender el padecimiento que requiere de un tratamiento integral de la persona. En este contexto, entonces, es que debe comprenderse la emergencia de estas nuevas terapias y espiritualidades, y de estos nuevos clérigos terapeutas. En esta línea de pensamiento, Mazzini resume: “el siglo XXI busca más lo espiritual pero no tanto lo religioso. Hay un consenso en la espiritualidad y un ansia de este tiempo proclive a este tipo de tareas, como el acompañamiento espiritual”.
La acompañante Florencia Díaz coincide en que hoy, las personas, están sedientas de reencontrarse con su espiritualidad. “La sociedad nos pide un hacer y correr constante para ser exitosos, nos vende un modelo de felicidad falso que nos lleva a un vacío tremendo”, dice, y concluye: “cuando tenemos el coraje de vivir y amasar nuestra espiritualidad, nuestra realidad, sea cual sean, se torna más luminosa y alegre, o al menos, el dolor se tiñe de paz. Y si lo hacemos acompañados, cuanto mejor”.
Texto: Agustín Gallardo
Ilustración: Delfina Japaz
Un Dios más profundo
Por Patricia Conway *
El acompañamiento espiritual es un ministerio muy antiguo de la Iglesia Católica. Ya hace un tiempo ha resurgido con mucha fuerza y entusiasmo, con el deseo de acompañar a otros en el camino de la vida. Generalmente, las personas acuden al acompañamiento espiritual –que no es lo mismo que la dirección espiritual-, cuando tienen una crisis. Llámese duelo, enfermedad, crisis de la mitad de la vida, falta de trabajo. Otras acuden para profundizar su espiritualidad, deseando tener una vida de oración y de encuentro con un Dios más profundo. Por más que acompañamos a cualquier persona, sin importar su credo, religión, estado o elección sexual, nuestra formación es católica, apostólica, romana. En los encuentros, nombramos al Espíritu Santo, porque creemos que es una presencia infaltable en ese momento y confiamos que él sabe, puede y transforma las situaciones. Nosotros somos meros instrumentos. El mundo está súper comunicado de las cosas buenas y las que no lo son tanto, con noticias a diario sobre el hambre, las adicciones, las vidas en desorden, en fin, “plagas modernas” que llevan a las personas a reflexionar sobre la vida y sobre lo que les pasa. Porque con tanto consumismo y materialismo, las personas siguen insatisfechas. Eso las lleva a pensar que tiene que haber algo que realmente llene, abunde, tranquilice y dé la paz y el amor que todos perseguimos; allí aparece la espiritualidad.
*Acompañante espiritual