Por Inés Ordoñez de Lanús | Directora General

Querida comunidad,
Hoy celebramos el día en que el ángel del Señor le preguntó a María si quería ser la Madre de Jesús: la Fiesta de la Anunciación. Para nosotros es una fiesta muy significativa, ya que de manera muy especial nos sentimos invitados a renovar nuestro SEA desde el Corazón y los labios de nuestra Madre.
Este año estamos recorriendo la tercera etapa del Camino al Corazón: Integrándonos. Es la última etapa del primer umbral ,“del afuera al adentro”; en estas tres primeras etapas nos decidimos por este Camino, optamos radicalmente por Cristo y por vivir el Evangelio y nos decidimos a permanecer despiertos a la Presencia de Dios en nosotros. “Vos en mí, y yo en Ti” es la jaculatoria que hemos acuñado con mucho amor y que repetimos incesantemente.
Y así vamos experimentando el proceso de integración de nuestros cinco espacios, donde es tan manifiesta la acción del Espíritu Santo, fecundando nuestra oración y transformando nuestra vida.
Este proceso de integración, que nos va identificando cada vez más con Cristo, exige que renovemos diariamente nuestra decisión y que nos mantengamos despiertos a ella a lo largo del día para actualizarla en todo lo que vivimos cada día.
Sólo un corazón contemplativo puede permanecer despierto ya que es imposible hacer lo que Jesús nos dice sin la mediación de la oración. Es imposible seguir sus huellas si no oramos tal como Jesús nos enseña.
Por eso este año, juntamente con esta etapa, invitamos a toda la comunidad a renovar la ‘determinada determinación’ por la ORACIÓN; y si nos hemos decidido por este Camino al Corazón, la decisión de pertenecer a un grupo de oración Magnificat, invalorable ayuda para nuestra oración personal y para la inefable experiencia de orar en silencio y en comunidad.
Es necesario que nos preguntemos si le damos a la oración el lugar que Jesús le da; porque sólo entonces podremos identificarnos con él, atravesar nuestros límites y dejar que la gracia haga posible lo que para nosotros es imposible.

La radicalidad por el Evangelio exige que incorporemos la oración a nuestra vida cotidiana. Oración en todas sus formas, oración que nace de un corazón contemplativo y por lo tanto despierto a la Presencia; oración que ejercita y desarrolla la conciencia espiritual para saber discernir y elegir la mejor parte, para luego permanecer en el Amor. Oración que sabe de silencio y de intimidad, que sabe sumergirse en la eternidad para que penetre y fecunde el tiempo, la historia, toda nuestra realidad humana y la creación entera. Oración que nos trae la inmensidad y la belleza del cielo, nos regala la paz y el gozo que nadie nos puede dar y nos enseña a permanecer en el bien-estar que tanto anhela nuestro agitado corazón.
Priorizar la oración es darle un lugar central a la Eucaristía, es vivir reconciliado con nuestros hermanos dejando que la Palabra del día ilumine nuestra jornada; es aprender a vivir susurrando la oración de Jesús que nos mantiene atentos y vigilantes… priorizar la oración es desahogar el corazón en Jesús salmodiando nuestra vida y haciendo la higiene del corazón en el baño de su ternura. Un corazón puro anhela “ver a Dios” y cree, quiere y confía que Dios lo hace posible por la intercesión de María y por el Espíritu Santo que nos enseñan a contemplarlo y reconocerlo para poder vivir como nos promete, “en la tierra como en el cielo”.
En esta fiesta de la Anunciación, quiero honrar de manera especial a todas las primeras personas que formaron los primeros grupos de oración allí en el año 1981, muchas de las cuales siguen firmes hasta hoy y constituyen los pilares de nuestra comunidad orante.
Honro también a quienes nos precedieron y nos siguen enseñando a contemplar a Dios desde el cielo; y a todas las personas que hoy pertenecen a un grupo de oración Magnificat.
A todos, los animo a que sigan creciendo en este Camino al Corazón que nos promete la unión con Dios, y las invito a que este año realicen en comunidad el taller que corresponde a esta tercera etapa del Camino.
Con todo mi amor,
IneSEA