El Grupo Misionero Espíritu Santo estuvo misionando el pueblo de General Conesa en la Diócesis de Chascomus. Visitaron las casas de las personas y fueron instrumentos de Jesús al sentirse llamados a compartir la alegría de la Buena Noticia a todo el mundo!!
Les compartimos unas fotos y testimonios de los misioneros:
VOLVER. Todo se trata de “volver”. Volver a vivir la Fe. Volver a sentir las cosas que pasan en el corazón. Volver a Dios, volver a compartirlo en comunidad. El grupo misionero es mi camino de vuelta a encontrarme con las cosas que solo Dios y yo conocemos, las cosas que están en algún rincón de mi alma manteniendo viva esa parte de mi historia que habla de Dios.Soy un paracaidista y así llegué. Sin conocer a nadie, sin saber dónde iba, ni con quién. El Grupo Misionero Espíritu Santo se volvió cimiento para seguir construyendo mi personalidad con ladrillos de Fe y oración. Misionar es sin duda una experiencia personal, que te enfrenta con tu propio corazón y te hace crecer.Hoy, después de conocer este grupo, puedo asegurar que el mejor camino para vivir cerca de Dios es tirándonos piletazos a cada propuesta que viene desde Él. De eso quiero que se trate mi testimonio. De no tener miedo a ir para adelante con el corazón en la mano viviendo cada propuesta de Dios.Fran.
El regalo más lindo que podemos dar
Me había imaginado cómo se sentía misionar, pero jamás creí que podría llegar a sentirme tan a gusto y en familia en tan poco tiempo. Creo que la respuesta está en la hospitalidad y en el agradecimiento de la gente de General Conesa. No solo en el hecho de que nos abrieran las puertas de sus casas y nos invitaran a sentarnos como a íntimos amigos; lo llamativo –que todavía hoy me deja sin palabras– fue la verdadera hospitalidad y el sincero agradecimiento que se reflejaba en sus ojos, en sus sonrisas y en sus palabras.
Para mí, volver a casa después de visitar Conesa fue como regresar de unas vacaciones, incluso mejores, porque todos los recuerdos que atesoro de esa Semana Santa rebalsan de amor. Fueron cuatro días rodeada de gente maravillosa y fácil de querer: Un grupo misionero dulce y compasivo, y un pueblo cálido y atento. Yo me traje abrazos, confesiones, mimos y hasta comida; y sin embargo, eran ellos los que no paraban de agradecer. Todo lo que estaba a su alcance, nos lo daban. Sin culpa ni duda. Y eso los hacía felices. No esperaban nada de nosotros, porque, para ellos, nuestra sola presencia era un regalo de Dios. Eso nos hicieron sentir los cuatro días: Que somos un regalo de Dios.
No puedo pensar en un sentimiento más pleno y más gratificante que el de ser valioso a los ojos de otra persona. Por eso, demostrarle a otra persona lo valiosa que es para nosotros es el regalo más lindo que le podemos dar. Conesa nos obsequió eso, y fue un aprendizaje que me quise traer a casa. Porque verdaderamente somos un regalo de Dios, pero, por algún motivo, nos olvidamos con demasiada facilidad. Y siempre es reconfortante (y milagroso) que aparezca alguien que se anime a recordárnoslo.
Emi.