Pasado el sábado, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé compraron perfumes para ungir el cuerpo de Jesús. A la madrugada del primer día de la semana, cuando salía el sol, fueron al sepulcro. Y decían entre ellas: “¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?” Pero al mirar, vieron que la piedra había sido corrida; era una piedra muy grande. Al entrar al sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca. Ellas quedaron sorprendidas. Pero él les dijo: “No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto. Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea; allí lo verán, como él se lo había dicho”. Ellas salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo (Mc 16, 1-8).
Pasado el sábado, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé compraron perfumes para ungir el cuerpo de Jesús.
Tres mujeres que estaban dispuestas a hacer lo que tenían que hacer: terminar con los ritos de la sepultura del Maestro. Con miedo o sin miedo… ellas estaban decididas a hacer lo que tenían que hacer. De esto se trata nuestra vida: de hacer, simplemente, lo que tenemos que hacer. Muchas veces, en medio de lo ordinario de cada día, nos sorprende lo extraordinario.
“¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?”
¿Quién me ayudará a correr tantas piedras que encuentro a lo largo de mi vida, en mis rutinas cotidianas? ¿Quién podrá quitar esas piedras tan pesadas de mi historia, de las cosas que viví, de mi pasado; piedras que siguen atravesadas en mi camino de hoy impidiéndome seguir adelante? ¿Cómo podré atravesar esto que me toca vivir? ¿Quién podrá hacer posible lo imposible? ¡Tantas preguntas nos vamos haciendo por el camino!
Podemos abandonar el camino, dejar nuestras rutinas, quedarnos atrabancados en la queja y la protesta… podemos perder la esperanza frente a lo que nos parece imposible, rendirnos y pegar la vuelta. ¿Qué tenemos que hacer? ¿Qué podemos hacer? Simplemente… ¡lo que tenemos que hacer cada día!
El Señor nos invita a ir al lugar en el que están nuestras piedras, y permanecer allí frente a ellas, con paciencia y esperanza, hasta que la piedra se convierta en puerta que nos de paso a una nueva realidad. La piedra que tapaba la entrada del sepulcro era verdaderamente muy grande y pesada. Se necesitaba mucha fuerza o herramientas especiales para hacerla rodar, y estas tres mujeres no tenían la fuerza suficiente ni las herramientas, ni la menor idea de cómo hacer para moverla. Pero “algo” sostenía la esperanza de que iban a poder hacer lo que tenían que hacer.
Pero al mirar, vieron que la piedra había sido corrida…
Todas las piedras, por más grandes que sean, pueden dar paso al milagro de la vida. A veces sentimos que no vamos a poder atravesarlas porque son demasiado grandes, porque se nos vienen encima y quedan incrustadas contra nuestro pecho impidiéndonos respirar… porque nos paralizan y nos dejan medio muertos, atrapados en sepulcros de los que no podemos salir. ¿Quién nos correrá la piedra? ¿Cómo podremos pasar esto que nos está pasando? ¿De dónde sacaremos las fuerzas necesarias para hacerle frente a estas piedras? La misma fuerza de la resurrección que hizo salir al Señor del sepulcro, nos asistirá a nosotros, si creemos y confiamos en la resurrección. Toda piedra puede convertirse en puerta si creemos y confiamos en la fuerza de Jesús vivo que actúa en nuestra vida. ¿Lo creemos? ¿Lo creemos de verdad? ¿O vamos a seguir preguntándonos y preguntándonos cómo vamos a hacer? ¿O vamos a seguir llorando frente a las piedras que no se pueden mover? ¿O vamos a seguir protestando porque no nos gustan las piedras que la vida nos presenta?
Al entrar al sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca. Ellas quedaron sorprendidas. Pero él les dijo: “No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí”.
Toda muerte nos conduce al encuentro de una nueva vida. Esta es nuestra esperanza. No hay muerte que pueda matar a la Vida que el Señor nos regala con su resurrección. Detrás de cada piedra se encuentra la vida… ¡no la muerte! Si buscamos a Jesús de Nazaret, el crucificado, lo vamos a encontrar siempre vivo y presente en nuestra vida, en lo ordinario de cada día. Es importante que nos preguntemos a quién estamos buscando, a quién esperamos encontrar, dónde lo estamos buscando, dónde lo esperamos encontrar… Porque Jesús ya no está más en el lugar de los muertos. Si lo buscamos allí, los ángeles de la vida nos dirán una y otra vez: No está aquí… No está aquí. ¿Dónde está, entonces, el Señor? ¿Por qué no está en el lugar en donde lo pusieron después de crucificarlo? ¡Jesús no está en el sepulcro! El sepulcro está vacío… ¡No hay nadie allí! Porque el Señor está vivo y viviente. ¿En dónde? En mi vida y en tu vida. En la vida cotidiana… en cada día de nuestra vida. ¡Vayamos a buscarlo allí!
“Miren el lugar donde lo habían puesto. Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea; allí lo verán, como él se lo había dicho”.
Vayamos a contarle a todo el mundo la Buena Noticia de la vida nueva que no puede quedar atrapada detrás de ninguna piedra: ¡Jesús está vivo! Y nos espera en Galilea, que es el lugar de lo cotidiano, de lo común, de lo de todos los días. El resucitado nos espera en nuestras tareas y trabajos, en nuestra familia, en nuestro hogar, en las personas con las que compartimos nuestra vida de todos los días. ¡Allí está el Señor! Simplemente, vivo y presente en lo que tenemos que hacer cada día.
Extraído del libro “Jesús vivo en nuestra vida”, de Inés Ordoñez de Lanús. Marzo 2016.
Para adquirirlo: Editorial Camino al Corazón