Destellos del SEA: ¿Por qué lloras?

María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: “Mujer, ¿por qué lloras?”. María respondió: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. Jesús le preguntó: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”. Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo”. Jesús le dijo: “¡María!”. Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: “¡Raboní!”, es decir “¡Maestro!”. Jesús le dijo: “No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: «Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes».”. María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras (Jn 20, 11- 18).

María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro.

Volvamos a leer el texto y subrayemos las acciones que realiza María Magdalena mientras llora: se asomó y vio, respondió, se dio vuelta, preguntó… Hasta que escucho su nombre y reconoció a Jesús. Muchas veces en la vida lloramos con un llanto que no nos deja ver: bajamos la cabeza, nos tapamos el rostro, nos escondemos para que nadie nos vea. No podemos asomarnos a nada, ni darnos vuelta, ni responder ni preguntar… Solo lloramos en un llanto que nos deja aislados y solos. Pero hay otro llanto que nos deja ver… que nos asoma a lo que está más abajo o más atrás de nuestras lágrimas; un llanto en el que vamos encontrando respuestas… un llanto junto a otros que nos nombran con amor.

“Mujer, ¿por qué lloras?”

Dos veces en el texto se repite esta misma pregunta. Es bueno entonces que nosotros nos la preguntemos dos veces: ¿Por qué lloro? ¿Por qué lloro?
¿Por qué estoy llorando en este momento de mi vida? ¿Qué cosas, situaciones o personas me hacen llorar? ¿Cómo es mi llanto? Porque hay un llanto que se llora con lágrimas, pero otras veces es el cuerpo el que llora y grita, o son nuestras palabras y actitudes. ¿Es un llanto que me deja ver… o es un llanto que me nubla la mirada? ¿Me dejo ver cuando lloro? ¿Con quiénes lloro? ¿Por quiénes lloro? Y podríamos seguir preguntándonos: ¿Por qué he llorado a lo largo de mi vida? ¿Por qué sigo llorando hoy ese mismo llanto? ¿En qué llanto he quedado atrapado, incapaz de asomarme a nada nuevo, de darme la vuelta y ver, de preguntar y responder?

María respondió: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”.

¿Cuál es nuestra respuesta? Lloro porque se han llevado lo que quería… lloro porque me duele tanto… lloro porque no puedo encontrar las cosas donde yo las había puesto… lloro porque las cosas no son como yo quiero que sean… lloro porque no sé, no puedo, no tengo, no llego, no alcanzo… ¿Cuál es mi respuesta?

Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí…

Todos tenemos motivos para llorar. Y el llanto es muy sanador… si nos deja ver, si podemos darnos vuelta y descubrir que hay alguien allí, para llorar con nosotros, para abrazarnos y consolarnos. El llanto tiene un dinamismo sanador si nos pone en movimiento: lloro, me asomo y veo, respondo y pregunto, me doy vuelta y encuentro a alguien allí. Porque el dolor que nos pone en movimiento y nos lleva al encuentro de los otros, nos abre al  milagro del Señor presente en medio de nuestro dolor, haciéndose consuelo y abrazo en el hermano que “está allí”.

Jesús le dijo: “¡María!”. Ella lo reconoció…

Entonces, y sólo entonces, podemos descubrir que en medio de nuestro llanto, el Señor nos llama con amor por nuestro Nombre, para que podamos darnos cuenta y reconocer que Él está allí… Y nos envía a decirles a nuestros hermanos… a consolar a los que lloran, a ser presencia para otros, a anunciar un mensaje de esperanza y consuelo para todos.

Ve a decir a mis hermanos…

Lloramos y vemos. Nos ponemos en movimiento. Escuchamos que nos llaman por nuestro nombre. Reconocemos al Señor. Somos enviados a los hermanos como testigos.

Extraído del libro “Jesús vivo en nuestra vida”, de Inés Ordoñez de Lanús. Marzo 2016.

Para adquirirlo: Editorial Camino al Corazón