Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes. Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: «Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día”. Y las mujeres recordaron sus palabras.
Cuando regresaron del sepulcro, refirieron esto a los Once y a todos los demás. Eran María Magdalena, Juana y María, la madre de Santiago, y las demás mujeres que las acompañaban. Ellas contaron todo a los Apóstoles, pero a ellos les pareció que deliraban y no les creyeron. Pedro, sin embargo, se levantó y corrió hacia el sepulcro, y al asomarse, no vio más que las sábanas. Entonces regresó lleno de admiración por lo que había sucedido (Lc 24, 1-12).
Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes.
Mientras estaban desconcertadas… ¡Qué conocida es para nosotros la experiencia de desconcierto! ¡Tantas veces atravesamos situaciones de desconcierto! El concierto de la vida se desorganiza… todo lo que creemos cierto se vuelve confuso… no acertamos a comprender lo que nos está pasando y quedamos desconcertados. Es una experiencia oscura y luminosa, no podemos ver nada… pero podemos descubrir, en la misma experiencia que nos ciega, una claridad, una esperanza, una salida que nos devuelva la luz. El desconcierto es una experiencia pascual. Todos los relatos de las apariciones de Jesús resucitado dejan de algún modo desconcertados a los que lo ven. Nosotros también estamos desconcertados: creemos en su presencia viva, pero no atinamos a descubrirlo vivo en nuestra vida; confiamos en sus promesas de vida en plenitud, pero vivimos frustrados y cansados como si no existieran; sabemos que Él está presente en todo lo que vivimos, pero nos gana el desconsuelo y la soledad. Estamos desconcertados, y en medio del desconcierto, podemos encontrar a los ángeles de luz, que con vestiduras deslumbrantes nos revelan un gran secreto.
Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado”.
Cuando tenemos temor, no atinamos a levantar nuestra vista del suelo. Fijamos la mirada en el suelo de nuestras preocupaciones, miedos, angustias… fijamos la mirada en nuestros problemas, en nosotros mismos, y quedamos incapacitados para ver la vida y darnos cuenta de la novedad que la misma vida nos brinda en cada momento, en cada presente, que es como un regalo pascual: un paso de una situación a otra, un cambio de mirada… ¡una nueva mirada que levanta nuestros ojos del suelo! Es entonces cuando podemos escuchar la pregunta más reveladora de la Pascua: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?”.
Parece una pregunta capciosa de los ángeles, una frase dicha al pasar… que precede a una gran revelación. ¡Pero en la misa pregunta está la revelación! Situémonos nosotros en el lugar de las mujeres, caminando en nuestra vida, con los ojos fijos en el suelo y el corazón lleno de todo lo que nos desconcierta, buscando a algo o a alguien que nos dé la alegría que tanto anhelamos… y que no estamos encontrando. ¿Qué estamos buscando? ¿Dónde lo estamos buscando? ¿Qué se nos ha perdido? ¿Dónde esperamos encontrar aquello que tanto buscamos? Respiremos en esta situación, tan cotidiana de nuestra vida… evoquemos esta experiencia que hacemos tantas veces… traigamos al corazón nuestras búsquedas y desconciertos… Y escuchemos de repente la gran pregunta de los ángeles: ¿Por qué estás buscando entre los muertos al que está vivo? ¿No te das cuenta que en lugares de muerte no puedes encontrar la vida? ¿No comprendes lo que es obvio? ¡El que vive no se encuentra en lugares de muerte! ¡El que vive está en la vida, en tu vida, en la vida de tus hermanos y de las personas que viven junto a ti! Queremos encontrar a Jesús resucitado, queremos hacer la experiencia de su presencia, queremos tener una vida nueva… pero lo seguimos buscando en lugares viejos, entre los sepulcros de nuestras esperanzas cansadas, de nuestros ritos vacíos, de un sentimentalismo que ya no nos acompaña; en las tumbas de nuestra historia en las que nos quedamos llorando y protestando; en el sin sentido de nuestra fantasía acerca de cómo debiéramos encontrarnos con “El que vive”… Buscamos a Jesús vivo en lugares de muertos, y los ángeles nos vuelven a preguntar con amor y compasión: ¿Por qué lo buscas aquí? ¿Por qué te empecinas en encontrarlo donde Él no está? ¿Por qué no intentas buscarlo en donde dijo que iba a estar para siempre? Y volvemos a quedar desconcertados: no nos acordamos lo que Él dijo… y si nos acordamos, no comprendemos la magnitud de lo que nos dijo.
Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: «Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día». Y las mujeres recordaron sus palabras.
Recuerden. Y las mujeres recordaron. ¡Recordar es una palabra tan linda en el camino al corazón! Re-cordi: volver al corazón, retornar al corazón… poner toda nuestra experiencia en el corazón… ¡y acordarnos! Entonces el desconcierto se vuelve acuerdo, concordancia, misericordia, cordialidad… ¡alegría de corazón! Recordamos lo que el Maestro nos decía en Galilea… ¿Qué lugar significaba Galilea para estas mujeres y para los apóstoles? El lugar en el que habían nacido, en el que habían crecido toda la vida… el lugar del Mar, de las barcas, de las redes y el trabajo cotidiano… el lugar de los parientes, amigos, compañeros de trabajo… ¡Galilea de todos los días! Los ángeles nos mandan que recordemos nuestra Galilea. Jesús no está aquí, porque está vivo en tu vida cotidiana: en tu trabajo de todos los días, en tu hogar, en las personas que viven a tu lado, en cada hermano que se cruza por tu vida… ¡Jesús está vivo en tu vida! Y tú te empeñas en buscarlo en el lugar de los muertos… ¡No está allí! ¡No está allí! No sigamos insistiendo. Levantemos la mirada del suelo, y empecemos a buscarlo donde Él esta: ¡en la vida!
Ellas contaron todo a los Apóstoles, pero a ellos les pareció que deliraban y no les creyeron. Pedro, sin embargo, se levantó y corrió hacia el sepulcro, y al asomarse, no vio más que las sábanas. Entonces regresó lleno de admiración por lo que había sucedido.
Cuando hablamos de algo tan potente como Cristo vivo en nuestra misma vida, parece que deliramos… y no podemos terminar de creer que es verdad. Preferimos seguir creyendo que Cristo vive en el templo, en los sacerdotes, en las palabras de tal o cual persona, en los lugares en donde se aparece la Virgen, en los retiros a los que solíamos ir, en las prácticas de piedad que nos enseñaron de niños… Esto lo creemos casi sin problemas. El problema es que no terminamos de creer que Cristo vive en mi vida y en tu vida, en la vida de cada día. Tenemos que recordar sus palabras: “Yo soy la Vida”. Y despojarlas de toda fantasía o interpretación errónea, que nos hace suponer que “la Vida” de la que Jesús nos habla, es algo bien distinto a “mi vida” sencilla, simple y cotidiana… a mi trabajo, mis esfuerzos, mis amores y desamores, mis alegrías y frustraciones de cada día. Jesús debería haberlo dicho entre paréntesis: “Yo soy la Vida (que quiere decir sencillamente la vida así, tal cual la experimentas cada día)”.
¡Lástima que no lo aclaró! Pero por suerte, los ángeles de luz se ocuparon de insinuarlo de manera capciosa: Jesús está vivo en el lugar de la VIDA… y no entre los muertos. Si quieres encontrar a Jesús que vive, recuerda Galilea… ¡y ve a buscarlo a tu vida!!!! Entonces, y sólo entonces, podremos llenarnos de admiración por lo que está sucediendo aquí y ahora: estamos vivos y vivimos… El Señor vive en nosotros, entre nosotros, con nosotros… Toda nuestra vida, sencilla y cotidiana es el lugar donde podemos encontrarlo, sentado a nuestra mesa, trabajando a nuestro lado, amando y llorando con nosotros…
¡Salgamos ya del lugar de los muertos! Decidámonos a vivir en serio, a tomarnos nuestra vida con seriedad… porque allí estás, Señor, Dios Vivo y Presente, haciendo de nuestra vida una Pascua continua y sin fin.
Extraído del libro “Jesús vivo en nuestra vida”, de Inés Ordoñez de Lanús. Marzo 2016.
Para adquirirlo: Editorial Camino al Corazón