Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: “¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo”. Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: “¿Tienen aquí algo para comer?”. Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y lo comió delante de todos.
Después les dijo: “Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos”. Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: “Así está escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto”. Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios (Lc 24 36-52).
Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”.
¿De qué cosas estoy hablando todavía? ¿Cuáles son los temas que una y otra vez se hacen presentes en mi vida? ¿Cuáles son las quejas y los reclamos que todavía no puedo dejar de lado? ¿Cuáles son los problemas que todavía me preocupan y llenan mi vida? En medio de mis palabras, y de las cosas de las que voy hablando “todavía”, el Señor se aparece y se hace presente para regalarme su paz.
Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: “¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas?”
Muchas veces, atravesamos en la vida situaciones que nos cuestan comprender y que nos dejan atónitos y llenos de temor. A veces son situaciones dolorosas, y otras veces, es simplemente la vida, tal como se presenta. ¿Puedo reconocer mis temores, y las situaciones que me dejan atónito? ¿Qué hace que yo esté turbado y lleno de temor? El Señor se hace presente en mi vida, me saluda con su paz y me pregunta… ¿Qué me pregunta el Señor? ¿Cuál es la pregunta que el Señor resucitado me hace hoy a mí?
Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean.
Una y otra vez el Señor se expone, se deja ver y tocar por nosotros. Nos grita desde nuestra misma vida: ¡Soy yo! ¡Aquí estoy! ¡Mírenme! ¡Tóquenme! Si hoy mismo, el Señor se apareciera en nuestra vida como nuestra fantasía lo imagina, no dudaríamos en salir corriendo para verlo y tocarlo… y nos imaginamos que le diríamos tantas cosas… Pero el resucitado ya no se aparece como nosotros lo imaginamos en nuestra fantasía. Él se “aparece” en la realidad de nuestra vida y nos sigue pidiendo que lo miremos y lo toquemos, para tener paz.
¿Qué es lo que yo toco y veo cada día? ¿Qué necesito tocar y ver para quedarme en paz? ¿Qué me quita la paz? ¿No será que me niego a tocar y ver la vida, tal como se presenta?
¿Qué es lo que me estoy negando a tocar y ver? Muchas veces vivimos con nuestros sentidos corporales medio muertos a la realidad: no miramos lo que vemos, no escuchamos lo que oímos, no sentimos lo que tocamos, no saboreamos ni gustamos de la vida… Pero pretendemos ver y tocar al Resucitado. Los sentidos corporales son los primeros en hacer contacto con la vida. Cuando estos están despiertos, pueden recibir la vida con todo su impacto y en todas sus dimensiones. Entonces despiertan a los sentidos espirituales, que nos permiten ver lo que es invisible, escuchar lo que es inaudible, tocar y gustar la realidad esencial de la vida, que está sostenida por esta Presencia de Dios.
Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer.
Cuando despertamos nuestros sentidos corporales y se abren nuestros sentidos espirituales, podemos ver a Jesús… ¡Y es tan grande nuestra alegría que no podemos creerlo! Es la misma vida, la de todos los días… pero cuando nos animamos a mirarla y tocarla de verdad, a aceptarla así, tal como se presenta, pareciera que la misma vida se abre y da paso a otra realidad escondida tras lo cotidiano, en la que podemos tacar y ver al Señor, vivo y presente en nuestra vida. Entonces podemos vivir en paz, y compartir la paz que Jesús nos regala.
Tenemos que aprender a tocar y ver, a exponernos y a dejarnos tocar por la vida. Es desde nuestra misma vida que el Señor nos grita: «Soy yo… no temas… te doy mi paz para que la compartas con los demás». Cada vez que nos negamos a mirar y tocar la vida… nos estamos negando a mirar y tocar al Señor. Cada vez que no podemos acercarnos a mirar y tocar a nuestros hermanos en gestos de proximidad, nos estamos negando a ver y tocar al Señor. Solo la presencia del Señor nos puede regalar la paz que tanto necesitamos. Una paz duradera y sostenedora… una paz plena para compartir entre nosotros, una paz consoladora que nos anima y alienta.
Extraído del libro “Jesús vivo en nuestra vida”, de Inés Ordoñez de Lanús. Marzo 2016.
Para adquirirlo: Editorial Camino al Corazón