Fueron corriendo al sepulcro

sepulcro-vacioEl primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos. Los discípulos regresaron entonces a su casa (Jn 20, 1-10).

El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro…

¡Cuánta valentía en el corazón de esta mujer! Se puso en movimiento cuando todavía estaba oscuro, no dudó en atravesar oscuridades y a dirigirse al sepulcro… y fue elegida por el Señor para ser la primera testigo de la resurrección. A veces, para ponernos en movimiento, exigimos a la realidad algunas condiciones: tenerlo todo claro, que estén todas las luces encendidas, que sean caminos conocidos, que nos lleven a los lugares esperados… No siempre nos animamos a las oscuridades, y mucho menos, a caminar hacia sepulcros. Porque lo que menos queremos es ir al encuentro de la muerte. Ya Jesús nos decía que si el grano de trigo no muere, no da frutos; y San Juan de la Cruz nos enseñaba que para ir a lugares desconocidos, tenemos que ir por caminos nuevos. ¡Todo un desafío que nos invita a salir de nuestras comodidades y certezas!

María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”.

Volvemos a la misma experiencia de los relatos que hemos meditado semanas anteriores: Magdalena ve que no hay nada, y cree que alguien se ha llevado el cuerpo muerto de Jesús. Pedro y Juan ven que no hay nada más que las vendas en el suelo y el sudario enrollado y creen. ¿Qué es lo que ven cuando no hay nada que ver? ¿Qué es lo que encuentran cuando el sepulcro está vacío? ¿Qué es lo que creen cuando ven? La experiencia de “vacío” se vuelve una paradoja… porque está llena de una novedad sorprendente, de una certeza que los hace creer en medio del vacío.
¿Qué hacemos nosotros cuando encontramos estos vacíos en nuestras vidas? No nos gustan los vacíos, queremos que se llenen de lo que les falta. ¿Qué nos falta? ¡Tantas cosas…! Mientras vamos de camino, los vacíos duelen y gritan anhelando una experiencia de lleno, de totalidad; pero nos abren a una novedad: ¿qué puede llenar lo que nos falta? ¿Dónde podemos buscar la plenitud que anhelamos? Magdalena captó enseguida la paradoja: lo que me falta el Señor… y Él es el único que puede colmar mi anhelo de plenitud. Parece una carrera de postas: Magdalena corre a dar la noticia, Pedro y Juan la reciben y salen corriendo, desandando el mismo camino de la Magdalena. Juan, que era el discípulo amado corre más rápido, porque es más joven. Pedro, que había sido instituido como cabeza de la Iglesia corre más lento, porque es más grande… De lejos se nota que esta aclaración en el texto quiere decirnos algo específico: que Juan llegó primero, pero le deja el primer lugar a Pedro, que es la institución; que Pedro tiene que ser el primero en entrar y ver… y el primero en creer.
Pero volvamos a poner la mirada en el corazón de los que corren en este texto: ¿por qué corría Magdalena? Había ido al sepulcro caminando entre oscuridades, y salió corriendo con los primeros rayos de luz. Llevaba un anuncio desconcertante que tenía que compartir con los amigos… pero detrás de este desconcierto había una certeza: ¡El Señor NO ESTÁ en el sepulcro! Ella fue la primera. Su corazón de mujer es el primero en correr.
¿Por qué corre Juan, el discípulo amado, el único que había estado presente junto a María, a los pies de la cruz? Corre encendido de amor… y el amor siempre va primero. ¿Por qué corre Pedro? El discípulo elegido por Jesús para ponerse al frente de la comunidad, el tempestuoso, el que siempre tenía una respuesta rápida (acertada o desacertada), el que lo había negado tres veces y llorado amargamente su traición… el que había recibido una mirada de amor que lo perdonaba…? La institución sigue al amor… y llega al lugar del vacío y la novedad: no vemos nada, aquí no hay nada… pero creemos.
Los tres corren. Los tres se encuentran con lo mismo: nada y vacío… ¡pero creen! ¿Atrás de qué estamos corriendo nosotros? ¿Tras de que certezas? ¿En busca de qué bienes? ¿Qué esperamos encontrar en los lugares a los que vamos corriendo? ¿Qué nos pasa cuando lo que encontramos no es lo que esperamos? ¿Qué sentimos frente a la experiencia de encontrar vacíos? ¿Qué corre primero en nuestra vida? ¿Dejamos que el amor vaya adelante?
¿Quiénes son las mujeres, la presencia femenina que nos muestra el camino? No siempre sabemos hacia dónde vamos corriendo, no siempre nos dejamos guiar por la intuición y la debilidad, no siempre estamos dispuestos a seguir a quien llega de la oscuridad y el desconcierto. Solo queremos correr por caminos seguros e iluminados, hacia lugares ciertos en los que podamos encontrar con seguridad aquello que vamos buscando. Pero cuando encontramos lo que buscábamos y por lo que tanto corrimos… volvemos a sentir la insatisfacción de lo que nos falta… y volvemos a salir corriendo hacia una nueva meta, en una carrera sin fin, en la que siempre queremos más y más… Y así se nos pasa la vida: corriendo de un lugar a otro, en una carrera alocada que no nos lleva a ninguna parte. Y nos cansamos. Y no siempre dejamos que el amor vaya primero. Y no siempre nos alcanza lo que encontramos… porque no tenemos tiempo de detenernos a descubrir el todo presente en el vacío.

¡Animémonos a asomarnos al sepulcro! ¡Detengámonos frente a nuestros vacíos! ¡Mirémoslos de frente! Y esperemos a que aparezca la novedad…

Extraído del libro “Jesús vivo en nuestra vida”, de Inés Ordoñez de Lanús. Marzo 2016.

Para adquirirlo: Editorial Camino al Corazón