Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a visitar el sepulcro. De pronto, se produjo un gran temblor de tierra: el Ángel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella. Su aspecto era como el de un relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve. Al verlo, los guardias temblaron de espanto y quedaron como muertos. El Ángel dijo a las mujeres: “No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde estaba, y vayan en seguida a decir a sus discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos, e irá antes que ustedes a Galilea: allí lo verán»”. Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos. De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: “Alégrense”. Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él. Y Jesús les dijo: “No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán” (Mt 28, 1-10).
Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana…
El primer día de la semana… los primeros rayos de sol… las primeras en llegar al sepulcro. Imaginemos la escena, como si estuviéramos a un costado del camino sin que nadie pueda vernos, y mirando lo que pasa. Percibamos el clima, el frío de la madrugada, cuando empieza a asomar el sol… Miremos el paisaje tétrico que nos rodea: un monte afuera de las murallas de Jerusalén, en donde hace tres días mataron en la cruz a tres hombres acusados de delincuentes, ladrones o mentirosos. Todavía se huele a sangre y a muerte.
Todo está alborotado y sucio porque acaba de terminar la fiesta de la Pascua para los judíos. Ahora ya reina el silencio y quietud. Pero unos pocos no han tenido fiesta, porque han estado llorando la muerte de un amigo, o han huido escandalizados por el fracaso de quien creían su Maestro. Los amigos de Jesús de Nazaret están encerrados, traspasados por el impacto de lo que acaba de pasar. Unos están escandalizados, otros indignados, otros muertos de miedo… Nadie se atreve a moverse ni a salir del lugar en donde se escondieron por miedo a que a ellos les pase lo mismo que a Jesús.
María Magdalena y María…
Dos mujeres muy temprano son las únicas que se animan. No les asusta la sangre ni la muerte ni las amenazas de los poderosos y prepotentes. Están decididas a llegar hasta el sepulcro para terminar con los ritos de la sepultura que no había podido concluir el viernes por el comienza de la Pascua. Todo judío merecía ser sepultado siguiendo los ritos de la tradición, con su cuerpo untado en ungüento y perfumes y recubierto por un sudario o sábana mortuoria. Allí iban caminando, llevando los perfumes y aceites.
De pronto, se produjo un gran temblor de tierra: el Ángel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella.
¡Esto sí que no se lo esperaban! Ellas iban a visitar a un muerto… Ellas iban llorando por el camino… Ellas iban lamentándose por lo ocurrido… Ellas iban alentándose frente al miedo… Quedaron totalmente desconcertadas. ¿Qué fue lo que vieron? ¿Cómo podríamos traducir en nuestro lenguaje de hoy esta aparición de “un Ángel vestido de blanco resplandeciente, que parece un relámpago, que hace caer de espanto a los guardias, que hace correr la piedra del sepulcro, se sienta sobre ella y empieza a hablar”? ¿Es una aparición? ¿Una visión? ¿Una experiencia religiosa? ¿Una alucinación o una locura? No sabemos cómo fue ni lo que fue, pero si sabemos que en el corazón de estas mujeres se produjo una certeza que pudieron unir al recuerdo de una promesa: “¡El Señor ha resucitado, como lo había prometido! ¡Él nos lo había dicho! ¡¿Cómo pudimos olvidarlo!? Es que su muerte fue tan contundente y atroz… que no nos dejó tiempo para recuerdos… ¡Pero Él nos lo había dicho! ¡Y se han cumplido sus promesas!”.
…Vayan en seguida a decir a sus discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos, e irá antes que ustedes a Galilea: allí lo verán».
Quedaron atemorizadas y llenas de alegría, y salieron del sepulcro con un encargo que cumplir: ir a comunicarles la noticia a sus amigos, ir a recordarles lo que habían escuchado y todos habían olvidado… ir a decirles que ya podían salir de su escondite y emprender el camino de regreso a Galilea… ¡Porque el Señor los esperaba allí a todos! De vuelta a Galilea, al lugar de lo conocido, de lo cotidiano… de vuelta a las orillas del Mar tan amado…
De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: “Alégrense”, “No teman”.
Estas son las dos primeras palabras del resucitado. El primer día de la semana, los primeros rayos del sol, las primeras en llegar al sepulcro… ¡¡¡Las dos primeras palabras del tiempo nuevo de la resurrección!!!!
Salgamos ahora del lugar que elegimos para contemplar la escena, y pongámonos frente al Señor resucitado. Jesús sale a nuestro encuentro porque quiere que lo “veamos” resucitado y lleno de vida. Nos elige para mostrarnos su gloria, y nos vuelve a decir esas dos famosas primeras palabras: ¡Alégrate! ¡No temas! Frente a Jesús lleno de vida, miro mi corazón y pienso: ¿Cómo estoy viviendo la alegría? ¿Qué motivos encuentro en mi vida para alegrarme? ¿En qué o en quiénes estoy buscando la alegría? ¿A qué le temo? ¿Qué me da mucho miedo, angustia o tristeza? ¿Qué es lo que no quiero que pase que puede pasar?
¡Alégrate! ¡No temas! Escucho y vuelvo a escuchar estas dos palabras de Jesús, que se repiten como un eco en mi corazón. Y así me quedo… escuchando y meditando para empezar a orar.
Extraído del libro «Jesús vivo en nuestra vida», de Inés Ordoñez de Lanús. Marzo 2016.
Para adquirirlo: Editorial Camino al Corazón