¿Cuál es el lugar que ocupa el acompañante?

El acompañante, al lado de quien acompaña, y respetando sus pasos y su ritmo, lo alienta a caminar. No fuerza ni obliga; conoce el camino y por eso puede guiar; anima el paso siguiente, prepara, advierte los riesgos; entusiasma siempre a seguir adelante, es testigo de los parajes luminosos del adentro, y no tiene miedo de los peligros. Confía en la gracia de Dios y en la acción del Espíritu Santo que trabaja desde “dentro” de su acompañado atrayéndolo al encuentro de sí mismo.

Es un camino de crecimiento, amor y de gracia. Al mismo tiempo que vamos creciendo en años y atravesando las diferentes etapas evolutivas, vamos madurando psicológicamente y tenemos la posibilidad de madurar también espiritualmente, si nos abrimos a la dimensión trascendente. Para esto es necesario dejarnos conducir por el Espíritu que desarrolla nuestras facultades espirituales por medio de sus dones.

El Espíritu Santo nos ayuda a descubrir el verdadero rostro de Dios, presente en nuestro propio corazón, para poder adorar de corazón al Dios verdadero. Si nos situamos fuera de nuestro propio corazón nos desubicamos respecto de Dios y nos desorientamos. El Espíritu quiere conducirnos hacia nuestro propio corazón, y nos mueve a acompañarnos mutuamente en este camino. Así, caminando juntos y de dos en dos, vamos experimentando que arden nuestros corazones por la presencia del resucitado, que nos alienta con su Palabra y parte para nosotros el pan.