Yo soy el Buen Pastor – Cuarto Domingo de Pascua

pastor_color_bajaYo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí –como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre– y doy mi vida por las ovejas. Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino por otro lado, es un ladrón y un asaltante. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. El llama a cada una por su nombre y las hace salir. Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz».

Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir. Entonces Jesús prosiguió: «Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia. Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas. (Jn 10, 1-10)

Yo soy la Puerta… Yo soy el Buen Pastor.  En su predicación, Jesús ya no sabe cómo seguir hablando del amor del Padre, con qué otros ejemplos revelarnos la Misericordia de Dios. Ya había usado todos los recursos, y en esta parábola toma un elemento de la realidad cotidiana de los que lo estaban escuchando. Posiblemente pronuncia esta parábola mirando en la lejanía a un pastor y a unas cuantas ovejas pastando. Era una imagen muy conocida por el pueblo de Dios para tratar de explicar quién era Dios y cómo era la acción de Dios para con sus hijos. Así lo revela el salmo 23: El señor es mi pastor… ¡nada me puede faltar!

¿Cuáles son nuestras imágenes de Dios? Al comenzar a meditar esta parábola es bueno que nos preguntemos: ¿Cuál es mi imagen de Dios? ¿Con qué imagen lo represento en mi mente? Todos tenemos diferentes imágenes que nos ayuda a hacer una representación de Dios que nos acerque a su misterio. Esto es lo que quiere hacer Jesús cuando nos dice que Dios es como un Pastor que tiene muchas ovejas.

A nosotros también nos cuesta reconocer a Dios en nuestra vida, descubrir su misericordia en nosotros, en los otros, en la creación; nos es más fácil “imaginarlo” y para eso recurrimos a imágenes que están relacionadas con nuestra psicología y con lo que hemos recibido de niños en nuestra formación religiosa.  ¿Cómo nos “imaginamos” a Dios?

Muchas veces, nuestras imágenes de Dios están condicionado por experiencias de fe infantil o adolescente: un dios al que hay que rendirle cuentas de cada una de las cosas que hacemos y pedirle permiso para todo; un dios ante el cual tenemos que hacer pataletas y berrinches porque no nos da lo que le pedimos; un dios frente al que tenemos que revelarnos y oponernos si queremos seguir creciendo.

A lo largo de nuestra vida hemos fabricamos distintas imágenes de Dios, y muchas de ellas son imágenes que no nos ayudan a creer y confiar. Creemos en un dios lejano y distante, sentado en “su cielo” de omnipotencia, que nada tiene que ver con la pobreza de “nuestra tierra”; o en un dios severo e implacable que está siempre dispuesto a juzgar nuestros actos y a castigar nuestras culpas, o en un dios solitario y aburrido que mira desde la eternidad el juego sin sentido de nuestras vidas, o en un dios arbitrario que hace añicos nuestra felicidad con los designios de su voluntad. Creemos en un dios que es varón y anciano, con barba larga y actitud de abuelo bonachón; o un dios aniñado e infantil que adopta una actitud etérea frente a los problemas humanos; un dios comerciante al que le tenemos que dar cosas para recibir a cambio sus beneficios; un dios castrador que no quiere que disfrutemos de la vida; un dios de estampita al que tenemos que tocar para que nos de buena suerte…

¡Hemos construido tantas imágenes de Dios! Algunas de ellas condicionadas por el momento histórico en el que vivimos: un dios centrado en la razón que quema en la hoguera a los que no piensan igual que él, un dios atado a una lista de preceptos morales que nos impone a filo de espada, un dios sentimentalista que mueve los hilos de la historia según lo que va sintiendo, un dios hacedor de cada una de las cosas que los hombres hacemos bien o mal; un dios demasiado espiritual para que se ocupe de lo mundano…

Y así podríamos seguir y seguir. Pero hoy vamos a hacer el esfuerzo en correr todas estas imágenes de Dios, y centrarnos en la que nos presenta Jesús en esta parábola: Dios es un Buen Pastor que tiene muchas ovejas y ama a cada una con un amor preferencial.

 … y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? ¡Qué desproporción de ejemplo! Jesús no encuentra comparaciones para revelarnos la Misericordia de Dios. Por su entrañable misericordia, Dios va a buscarnos cada vez que nos perdemos, que nos alejamos del rebaño, que nos lastimamos, que nos cansamos, que ya no queremos seguir caminando, que no encontramos el alimento adecuado.

Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría… Casi no deberíamos decir nada más y dejar que ésta sola imagen impacte en nuestro corazón. Quedémonos contemplándola en silencio. Sintamos el amor con el que el Pastor nos carga sobre sus hombros, percibamos la seguridad que nos da sentirnos llevados por él… percibamos su alegría y nuestro consuelo y alivio…

… y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: «Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido». Para nuestro Dios es una fiesta que seamos sus hijos, que caminemos la vida contenidos por Él, como las ovejas por el pastor; es una fiesta ir a buscarnos allí a donde nos vamos, y encontrarnos, y cargarnos y llevarnos nuevamente a nuestro lugar. ¿Podemos imaginarnos a Dios así? ¿Podemos asomarnos a lo que Jesús nos intenta revelar?

… habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta… En el final de la parábola Jesús quiere hablarles directamente a los que lo escuchaban creyéndose mejores que los demás, a los que piensan que nunca se pierden, a los que no conocen la experiencia de ser encontrados y cargados en los hombros del Buen Pastor.

Extraído del libro «Jesús Vivo en nuestra vida», de Inés Ordoñez de Lanús.